El adiós voluntario
Los librepensadores y agnósticos se templan cuando tienen la muerte de frente; cuando llegan a callejones sin salida donde las posibilidades de la ciencia alcanzan sus límites y la enfermedad voraz y galopante gana la batalla. Cada día son más las personas que hacen de su última voluntad un imperativo para la familia y los médicos: la decisión de no prolongar la vida frente a un decaimiento irreversible que implica arrebatarle a las instituciones médicas la posibilidad de decidir sobre la batalla final de los seres humanos frente a su existencia.
El último caso que me conmovió y que traigo a cuenta como reflexión fue el del abogado Tito Libio Caldas. Antes había ocurrido con el padre del caricaturista Matador, el primero tal vez que públicamente llevó a la práctica la legislación colombiana cimentada en los principios de libertad individual profesados valientemente por el magistrado Carlos Gaviria sobre la eutanasia. Ya no pueden lavarse las manos los galenos ni negarse a atender la petición, como ocurrió en un comienzo con el caso del padre de Matador cuando llegó con su familia, después de un ritual de despedida, a la institución médica en Pereira que debía atenderlo. El camino se ha despejado.
El caso de Tito Libio Caldas es impactante porque su firmeza en un momento en el que no estaba aún enfrentado al deterioro alarmante de salud, aunque el horizonte era desesperanzador. No quería que el dolor y el sufrimiento le opacaran sus vestigios de vitalidad. Pidió a su círculo cercano que no lo dejaran arrepentir, creando una circunstancias inéditas para la familia, tan dolorosa como edificante. “He decidido la eutanasia. Deseo una muerte digna, sin dolor”, fue la instrucción final. Y así la dejó expresa en un texto firmado que presidía su velorio, el único momento de encuentro de sus amigos:
“Yo Tito Libio Caldas Gutiérrez, mayor de edad, consciente y en pleno uso de mis facultades mentales y, por otra parte, feliz y agradecido de haber vivido tan largamente la interesante etapa del mundo actual, rodeado de los que me aman y he amado, soy consciente de la larga vida cumplida y del derecho que me asiste de elegir, sobre todo a mis 94 años, las condiciones en que deseo que mi vida culmine, libre de dolor, de indignidad, en mi casa y rodeado de los míos. Así lo he decidido, con mi libre voluntad y con conocimiento pleno de todo lo concerniente a la eutanasia como derecho autónomo humano fundamental.
Si por algún motivo ajeno a mi decisión no se puede cumplir mi voluntad, expresamente, me rehúso a que se den cuidados a mi cuerpo en estado vegetativo o se mantengan indefinidamente mis funciones vitales por medios artificiales.
Tengo un cáncer agresivo que en esta hora de mi vida, con mayor razón, me produce pavor porque me vería sometido al sufrimiento de una enfermedad terminal y al deterioro indignante de mis facultades físicas y mentales. Desde muy joven pertenezco a un mundo intelectual racionalista y mi decisión es únicamente el resultado de mis propias convicciones, del ejercicio pleno de mi autonomía y libre voluntad y, en este caso, de la admirable jurisdicción de la Corte Constitucional que consagró a favor de los colombianos el derecho humano, pleno y autónomo de una muerte digna”. Actos como éste no son otra cosa que el ejercicio pleno de la libertad. Mis respetos
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